En la historia evolutiva de la especie humana, se han datado diversas luchas por obtener salud en medio de guerras con enfermedades o pandemias que han diezmado la población y que, con el trabajo colaborativo de los profesionales de la salud, estas enfermedades se han controlado, prolongando la expectativa de vida (1).
La lucha por tener un mejor y más saludable estilo de vida, que permita ampliar la expectativa de vida, se ha venido incrementando en los últimos años. En la actualidad, vemos cómo surgen nuevas tendencias deportivas (2), de alimentación, meditación y espiritualidad que se han convertido en prácticas sociales que pretenden mejorar la salud física y mental para estar saludable (3).
La ciencia y la tecnología han revolucionado la manera en la que el ser humano sobrevive en la tierra; es por eso, que la expectativa de vida de una persona en la actualidad es mucho mayor que en años anteriores (4), porque hay mejores tratamientos, siendo más funcionales. Los gobiernos implementan estrategias para evitar dificultades de salud pública, por medio de campañas y brigadas de salud, con las cuales se educa a la población y se brindan servicios que permiten minimizar o mitigar ciertas afecciones o enfermedades.
Sin embargo, gozar de buena salud, pareciera un asunto de privilegio y no un derecho al cual se acceda con facilidad. La actual condición de salud pública global, debido a la pandemia por COVID-19, ha revelado la desigualdad social que enfrentan algunas comunidades vulnerables para acceder a recursos, recibir educación en salud, educación formal o llevar a cabo alguna actividad laboral (5).
Autor de correspondencia*
1* Antropóloga. Estudiante de Maestría en Salud Colectiva, Facultad de Enfermería, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. nataliauarroyave@gmail.com,
2* Doctor en Epidemiología. Profesor Aso-ciado, Facultad de Enfermería, Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. wilson.canon@udea.edu.co,
Para citar este artículo / To reference this article / Para citar este artigo: Urrea-Arroyave N, Cañon-Montañez W. Impactos sociales de las medidas de cuarentena y poscuarentena por CO-VID-19 en contextos de inequidad. Rev. cienc. cuidad. 2021;18(1):5-8. https://doi.org/10.22463/17949831.2795
Los gobiernos han dirigido sus esfuerzos al cuidado de la salud y la economía; mientras los científicos se han volcado a entender cómo actúa dicho virus, posibles tratamientos y vacunas (6). No obstante, las medidas parecieran en ocasiones no tener contexto social y una finalidad de bienestar.
Según lineamientos recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se han hecho acuerdos in-ternacionales acerca de las medidas de salud pública en muchos países, para el control y la prevención del CO-VID-19 (7). En este contexto, las medidas adoptadas por el gobierno de Colombia han sido el cierre de fronteras, la declaración de cuarentena durante aproximadamente cinco meses; estas medidas implicaron el aislamiento obligatorio de toda la población, con el establecimiento de horarios de excepción para el abastecimiento de ví-veres, y aislamiento total para la población de personas mayores de 70 años y menores de 18 años (8).
Conviene subrayar, que la cuarentena obligatoria fue una medida que buscaba reducir la velocidad de propa-gación del COVID-19. Esto dio nacimiento a la estra-tegia “quédate en casa”, impulsada por los medios de comunicación y redes sociales día tras día, basada en la promulgación sobre la importancia del distanciamiento social y el autocuidado; al respecto se crearon diferen-tes contenidos audiovisuales educativos y de entreteni-miento, que invitaban a las personas y familias a estar activos mientras se quedaban en casa.
Si bien, todas estas medidas se han considerado como necesarias para la reducción del contagio, también han sido consideradas como alarmantes, ya que han causa-do diversos impactos en la sociedad. Las personas se han visto afectadas a nivel psicológico, económico y de salud corporal. Problemas como ansiedad, depresión, maltrato, violencia intrafamiliar (9), abuso y desempleo son algunos de los impactos más notables.
A partir de estudios realizados en el marco de otras epi-demias, se ha evidenciado que el aislamiento obligato-rio y la cuarentena son medidas que generan experien-cias negativas vitales en las personas, pues ocasionan problemáticas a la salud mental durante este periodo e incluso se pueden extender después del mismo. Entre los síntomas se han reportado varios de tipo emocional o del estado del ánimo, por lo cual se potencian algunos factores estresores (10-12).
Por su parte, Brooks et al (13), señalan que existen cier-tos estresores durante la cuarentena y después de la mis-ma. Plantean que durante las medidas de aislamiento, la duración de la cuarentena juega un papel importante, debido a que mientras más extenso sea, mayores reper-cusiones se tendrán a nivel de salud mental, tales como: el miedo a la infección, asociado con el temor por con-traer el virus o que algún integrante de la familia se in-fecte; la frustración y el bajo estado de ánimo, debido a no poder mantener las rutinas cotidianas acostumbra-das, así como la pérdida del contacto social. Además, está el no contar con el abastecimiento de víveres ne-cesarios e incluso con los medicamentos requeridos. También afecta la información inadecuada, debido a la angustia y confusión que genera no contar con indica-ciones claras acerca de las medidas desarrolladas y de la situación real, lo cual genera mayor incertidumbre.
Además, los estresores poscuarentena se relacionan con dos factores principales: las finanzas y el estigma social. Las finanzas por el hecho de que algunas personas no están trabajando, presentándose disminución o pérdida de los ingresos económicos, lo que puede generar en problemáticas socioeconómicas duraderas finalizado el periodo de cuarentena; y, el estigma social causado por el rechazo que se percibe al responsabilizar a los sujetos contagiados, considerándoles como irresponsables, con falta de autodeterminación al no acatar las medidas, así como la percepción de han puesto en riesgo la salud individual, familiar y pública.
Al respecto, desde diversas entidades y colectivos, se ha estado promoviendo la salud mental a partir de la promoción de hábitos como: mantener el contacto so-cial virtual, el apoyo mutuo entre familiares, la realiza-ción de actividades físicas, artísticas e intelectuales y el buen manejo de la información. Además, como ini-ciativa propia de algunas personas, se ha promovido la realización de conferencias, charlas, conciertos, clases y otras actividades lúdicas virtuales, que parten de las capacidades y el conocimiento que se quieren compartir con las demás personas.
No obstante, aunque se presenta como una buena alter-nativa y de índole solidaria, se trata de un privilegio del cual pueden disfrutar quienes tienen acceso a medios tecnológicos e internet, dejando a una gran parte de la población por fuera de estas estrategias de promoción de la salud mental.
A la batalla por mantenerse saludable física y mental-mente, con los pocos o muchos recursos que se tengan, se suma la exigencia de adaptarse a una “nueva nor-malidad” que plantea el “reinventarse” y hacer parte de la reactivación para poder obtener recursos y calidad de vida. Factores que pueden potenciar la ansiedad o el temor de ser contagiado y al mismo tiempo de no lograr obtener los recursos necesarios.
Hay que mencionar además, que el proceso de reacti-vación y de retomar las actividades cotidianas, deja en evidencia la falta de garantías para responder ante las demandas de salud y bienestar, poniendo en juego la salud de las personas (14). Es imposible ocultar las bre-chas sociales y económicas que atraviesan algunos paí-ses, donde sus habitantes se ven obligados a sostener la economía del hogar y cuidar la salud, reflejando un tinte de abandono y desinterés frente al verdadero concepto de salud por parte del estado (15).
La nueva normalidad no debería abandonar lo ganado con el aislamiento obligatorio; se debería sostener una corresponsabilidad entre el estado y la población para la promoción de la salud y la prevención de contagio por COVID-19 (16). Es necesario que los países se planteen mecanismos que sirvan para garantizar que no se con-vierta en un factor de mayor riesgo para las personas y que se mitiguen al máximo los efectos de este momento de crisis y de cambios que se puedan provocar, dado que las medidas igualitarias en condiciones de desigual-dad pueden estar en detrimento de la equidad, la salud y la vida de las personas.
Este nuevo inicio de etapa productiva y de retomar ac-tividades sociales es coyuntural, donde no es suficien-te tener presente los consejos sobre cómo cuidarse o recordar que depende de cada uno enfermar o no. El desarrollo integral de la comunidad no puede limitarse al uso de tapabocas y gel antibacterial; es además, el restablecer la cotidianidad, lo que implica una reestruc-turación de todos los sistemas de protección ciudadana, de participación y entretenimiento.
Es necesario recalcar, que los mecanismos institucio-nales de protección social deben enfocar su atención en la extensión y organización de los derechos y servicios sociales, dado que el objetivo de dichos mecanismos es generar una igualdad de condiciones para que todas las personas puedan adquirir bienes y servicios. Sin em-bargo, la pobreza y desigualdad que atraviesan algunos países en vías de desarrollo, no puede ser un asunto de utilidad política y requiere la actualización de diferentes medidas que propicien una dinámica fluida.
La mayoría de las políticas públicas están establecidas para minimizar las brechas de desigualdad, buscando la protección del bienestar social. A pesar de esto, de-bido a la coyuntura económica que atraviesa Colombia y Latinoamérica, los impactos a diferentes sectores y las repercusiones que traen consigo, se tendrán que re-plantear con algunas acciones y redistribución de los recursos; por lo cual las respuestas de cada territorio dependerán de sus recursos y necesidades; es decir, que no se pueden homogeneizar las medidas y estrategias de afrontamiento en diferentes niveles sociales (17).
Igualmente, el involucrar a diferentes representantes sociales es indispensable en la toma de decisiones por parte del Estado. Por tanto, debe ser un espacio de par-ticipación donde tengan voz no solo los grandes empre-sarios, sino también un espacio donde los gobernantes escuchen los diferentes actores y contextos de sus te-rritorios, para dirigir de manera asertiva los planes de gobierno, las ayudas, los eventos culturales, de ocio y las acciones de promoción de la salud.
Para finalizar, está claro que el COVID-19 no debe ser analizado solamente desde sus características y efectos morbicéntricos; también hay que tener en cuenta las es-trategias para su afrontamiento que no deben limitar-se a unas medidas restrictivas sobre la complejidad de sus implicaciones, pues la salud es biológica, social, cultural, simbólica e ideológica; por tanto, es necesa-rio recalcar que las apuestas para gestionarla deben ser integrales, incluyendo un enfoque diferencial, que abar-que un proceso vital y de género, de manera que las estrategias estén basadas en la equidad en salud y que no profundicen las brechas sociales (18).
Conclusiones
En conclusión, cada sujeto es responsable de su cuida-do y autónomo en la toma de decisiones que inicien la búsqueda del bienestar físico y mental. Sin embargo, es el estado quien debe proveer las herramientas y tener la disponibilidad de los ciudadanos a través de buenos suministros para dicha búsqueda del bienestar. En estos tiempos de incertidumbre y vulnerabilidad global de la vida, es necesario tejer y reforzar los lazos globales de cuidado y solidaridad, que nos ayuden a enfrentar co-lectivamente esta coyuntura. Para superar una crisis de tal magnitud requiere de un esfuerzo especial en dife-rentes ámbitos de la vida. ¡Nos necesitamos!
Conflicto de intereses
Los autores declaran no tener conflicto de intereses.
Referencias
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