a* Estudiante del doctorado en Estudios Sociales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano; Magister en Análisis de Problemas Políticos, Económicos e Internacionales Contemporáneos, profesional en Relaciones Económicas Internacionales, docente Investigadora del programa de Negocios, liliana_mancilla@cun.edu.com . Corporación Unificada Nacional de Educación Superior, Colombia.
How to cite: Mancilla Bautista, L., (2020). Panamericanismo: Colombia entre Washington y la (re)inserción regional, vol. 4, no. 1, [7-25]. DOI: https://doi.org/10.22463/27111121.3129
©Peer review is the responsibility of the Universidad Francisco de Paula Santander. This is an article under the license CC BY-ND.
*Autor para correspondencia liliana_mancilla@cun.edu.co
Received: Agosto 25, 2020
Approved: Septiembre 5, 2020
Keywords
United States, Hegemony, Latin American Integration, Colombian Foreign Policy, Bilateral Relations.
Abstract
Colombia's binational relations with the United States have undergone a long process of maturity based on various issues on the bilateral, hemispheric and global agendas. Free trade, the world drug problem -or the frontal fight against drugs-, terrorism, migration, the containment of communism in the second half of the 20th century, the political-military alignment of Colombia with the United States against the rise progressive and left-wing governments in the Latin American region (also known as the Pink Tick) at the beginning of the new millennium, have been sensitive and permanent issues for both nations, such as Plan Colombia, the Colombia-United States FTA, diplomacy for peace, crystallized the strategy of Pan-Americanism in the last 20 years. However, the hegemonic imposition of Washington's national interests over Bogotá has generated a constant ambivalence for Colombia, since the commercial, military, and political complacency towards the White House by the House of Nariño has strengthened ties with the closest trading partner. important for Colombia, but at the same time, this close relationship has made it difficult, in the last decade, for Colombia to reinsert itself in the region.
Palabras claves
Estados Unidos, Hegemonía, Integración Latinoamericana, Política Exterior Colombiana, Relaciones Bilaterales.
Resumen
Las relaciones binacionales de Colombia con Estados Unidos han tenido un largo proceso de madurez a partir de diversos temas en las agendas bilaterales, hemisféricas y globales. El libre comercio, el problema mundial de las drogas –o lucha frontal contra las drogas-, el terrorismo, la migración, la contención al comunismo en la segunda mitad del siglo XX, la alineación político-militar de Colombia con Estados Unidos contra el ascenso de los gobiernos progresistas y de izquierda en la región latinoamericana (también denominados la Pink tilde) a inicios del nuevo milenio, han sido asuntos sensibles y permanentes para ambas naciones, así el Plan Colombia, el TLC Colombia - Estados Unidos, la diplomacia por la paz, cristalizaron la estrategia de panamericanismo en los últimos 20 años. No obstante, la imposición hegemónica de los intereses nacionales de Washington sobre Bogotá ha generado una constante ambivalencia para Colombia, pues la complacencia comercial, militar y política hacia la Casa Blanca por parte de la Casa de Nariño ha reforzado los lazos con el socio comercial más importante para Colombia, pero a la vez esta estrecha relación ha dificultado, en la última década, a Colombia reinsertarse en la región.
Introducción
La actual elección de Joe Biden como el nuevo huésped de la Casa Blanca y el temor de Duque por las inestables relaciones entre ambas casas presidenciales hacen remembranza a la ansiedad de Santos por simpatizar con Trump hace un par de años. “…Nuestra alianza se afianzó”: Santos a Trump, con esta leyenda, en parte, se resume la adulación mutua entre juntos presidentes (Diario El Tiempo , 2017), esta visita de Santos a Trump en mayo de 2017 y su entusiasmo por agradar a su homologo, son muestra del angustioso escenario por el cual atraviesa Colombia desde los años 80, y es una constante esta dependencia de Colombia respecto a Washington, así Duque querrá impresionar a Biden ya que le aterra la posibilidad de perder su primer socio comercial y principal aliado político durante las últimas décadas.
En este sentido, es válido revisar que la influencia política ejercida por los EU sobre Colombia, en particular desde el fin de la Guerra Fría, pues el vecino del Norte de manera histórica ha hecho uso de la diplomacia militar acompañando así sus intereses económicos hacia Bogotá. La interferencia norteamericana indirecta hacia Colombia se ha puesto en evidencia con el apoyo militar al ejército nacional que se ha visto permeado significativamente por la técnica militar estadounidense compartida en el marco de la Escuela de las Américas, puesto que el Ejército ha importado suministro de equipos como materiales y ayuda militar desde la segunda mitad del siglo XX (Gonzalez, 2009).
En esta línea, la doctrina de seguridad nacional de la política exterior del Norte desarrolló guerras limitadas de baja intensidad, lo que implicaba llevar “la política de defensa interna contra el comunismo y la insurgencia al terreno internacional” (Garzón, 2016, pág. 28), de esta manera Colombia ratificaba su conducta exterior de Respice Polum (Pardo & Tokatlian, 1989). El discurso oficial de la preponderancia de Washington sobre el resto del sistema internacional, dibujaba un pensamiento único hacia la democracia liberal y la economía de mercado, así, una vez establecidas las supuestas rutas para la reactivación de la economía en América Latina, éstas tomaron forma a partir de los regímenes regionales de integración neoliberales y abiertos, pensados tan solo en el libre flujo de mercancías y de la promoción de las exportaciones del sector primario (Céspedes, 2012). Tales como el ALCA, el Mercosur – en su primera etapa 1993 – 2000-, y la iniciativa del Arco del Pacífico y posteriormente en los TLC bilaterales con EU (Ruiz, 2013)
Para finales del milenio anterior las preocupaciones de EU empiezan a contemplar otros aspectos de suma importancia para ellos respecto a la región, de hecho se comenta acerca de los estrechos vínculos que existen entre los intereses internos y externos de un país en el mundo globalizado, en suma, se apuntó que la política exterior de Estados Unidos no se puede catalogar ni entender a partir de las categorías de interno- externo, sino que por el contrario, la mayoría de los asuntos tienen una retroalimentación de ambas categorías, a lo que se ha denominado “procesos intermésticos” (Pardo, 2011, pág. 170).
En este sentido, para Colombia su década perdida fue la de los 90, puesto a la inestabilidad y violencia política, acompañada de las altas tasas de inflación y el estancamiento productivo y económico, para inicios del nuevo milenio, la mirada estaba puesta en los diálogos de Paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y las FARC – EP, sin embargo, estas negociaciones contaban con la colaboración de la comunidad internacional a partir de los socios observadores y del Plan Colombia, financiado por Estados Unidos. De esta forma, se descubría la diplomacia por la paz de Bogotá, y la ampliación de asuntos de interés de Washington sobre el País.
En consecuencia, entre 1997 y 2001 la visibilidad de América Latina y en especial la de Colombia había alcanzado un lugar central en Estados Unidos, los problemas del narcotráfico, seguridad regional, derechos humanos y estabilidad democrática, ligadas a la exacerbación del conflicto armado, comenzaban a ser parte de las preocupaciones de Estados Unidos, que en su gran mayoría estaban expresadas en círculos políticos y de negocios de Estados Unidos. De hecho, en 1997 el embajador estadounidense en Colombia reconoció la importancia de que Estados Unidos asumiera un papel decisivo en el proceso de paz que se avecinaba para Colombia (Romero, 2001), esta declaración daba validez a la creciente preocupación de Estados Unidos por la virtual preservación de la democracia en Colombia. De allí que cabe el cuestionamiento ¿de qué forma las ayudas en las últimas dos décadas de EU hacia Colombia han significado una estrategia de panamericanismo por parte de Washington impidiendo así la reinserción de Bogotá en el tablero regional?
Para responder esta pregunta se defiende que: las finalidades de Washington a través de las relaciones diplomáticas con Colombia son estrategias que van desde el Plan Colombia hasta la posibilidad de la instauración de las bases militares en territorio nacional y las negociaciones del TLC Colombia-EUA por nombrar algunos, lo que permite visibilizar la injerencia norteamericana en los asuntos domésticos, generando así, un desbalance en la diversificación de socios para una inserción efectiva de Colombia en las arenas internacionales, lo que en consecuencia ratifica una fuerte alineación pro core (Ardila, 2015), en asuntos militares y comerciales con Estados Unidos (Ugarte, 2010).
Derrotero Conceptual y Teórico
En consecuencia, las doctrinas de panamericanismo han sido móviles de acuerdo con el tiempo y espacio de comprensión, así, etimológicamente significa la idea de que “Estados Unidos impone sus intereses nacionales sobre todos los pueblos ubicadas al Sur del Rio” Grande (Manzur, 2012, pág. 08). No obstante, más allá del origen filológico, resulta interesante revelar las diversas interpretaciones, entre ellas, es de interés metodológico para el presente artículo resaltar la siguiente aproximación: el panamericanismo, como una concepción geopolítica, que contiene el principio y doctrina de hegemonía de EU (Lockey, 1976) , sobre los países pequeños y desunidos “obligados a ponerse bajo la tutela del gran país al norte del Rio Grande para asegurar su protección de las potencias extranjeras, pero también para ser instrumento de defensa y a la vez proveedor de América del Norte” (Manzur, 2012, pág. 18).
Adicionalmente, el presente manuscrito recoge aportes de la teoría de la Autonomía, pues entiende la idea de la integración como alternativa a fin de derrotar la dependencia, con orientación a alcanzar el desarrollo en América Latina. De esta forma, se proponen las categorías de viabilidad nacional, permisividad internacional y desarrollo autónomo (Jaguaribe, 1969), como características de los estados latinoamericanos periféricos con el firme propósito de perder la subordinación respecto a los países del Centro.
A su turno, se retoman los aportes de Jaguaribe para revisar la evolución conceptual y aproximarse a los Nuevos Regionalismos (Hettne & Söderbaum, 2010), como el Mercosur, la Unasur, el Alba, la Celac que pueden ser explicados a partir de la Teoría de la Autonomía, toda vez, que propenden por la creación de la identidad de un sujeto colectivo como pueblos del Sur, además persiguen la superación de la dependencia, con dirección al desarrollo endógeno y en contraposición resisten al neoliberalismo y la expansión hegemónica de EU sobre la región.
También se recoge el concepto de “procore, alineado, dependiente o satélite de EU” (Ardila, 2015, pág. 223) este concepto corresponde a características propuestas por Juan Carlos Puig, de la política exterior de algunos países latinoamericanos, de subordinación, con bajos niveles de autonomía o precaria viabilidad de independencia y defensa del interés nacional, el cual no solo factura asuntos de defensa nacional sino, temas del estilo de vida (Puig, 1984).
Materiales y Metodología
Metodológicamente el presente artículo, siguiendo los planteamientos de Gómez, Sánchez y Diaz (2015), está enmarcado como una exploración descriptiva y analítica, que, a partir de métodos cualitativos como la revisión bibliográfica y documental de literatura académica, fuentes periodísticas, que, en el espacio temporal de las dos décadas recientes, han visibilizado, analizado la intervención hegemónica de Estados Unidos en los asuntos internos de Colombia y cómo esta intromisión ha puesto en una situación ambivalente a Bogotá respecto a la alineación con el país del Norte y la reinserción con los vecinos regionales.
El artículo se encuentra estructurado a partir de tres secciones, la primera es la introducción en la cual se propone el horizonte teórico y conceptual que guiará la indagación; en la segunda se abordarán la discusión a partir de dos aproximaciones, la primera el impacto político para Colombia por su alineación con EU, y la segunda la estrategia pragmática de política exterior colombiana para la diversificación de socios comerciales latinoamericanos sin retirar a Washington del espacio privilegiado dentro de su interés nacional. Y, en la tercera parte del artículo se brindarán las conclusiones
Discusión y Resultados
1.Bogotá sin ¨terroristas musulmanes¨ pero bajo la tutela de Washington como Iraq
Las relaciones de la mayoría de los estadistas colombianos, con Estados Unidos, han estado marcadas por una tendencia del pragmatismo por parte de la Casa Blanca y subordinación en las decisiones domésticas de Colombia, no sin olvidar los componentes tanto ideológicos como pragmáticos de esa política exterior (Gardini & Lambert, 2011), así entonces, la agenda binacional se ha mantenido narcotizada (Rojas, 2006). En este sentido, la reorientación de la política de Estados Unidos hacia Colombia tuvo que ver con la iniciativa de la “lucha contra las drogas”, lo que advertía al Congreso norteamericano a establecer una nueva estrategia de ayuda a Colombia, y en el contexto del reordenamiento mundial después de la disolución de la URSS, cuestionaba no solo a Estados Unidos sino que principalmente a Colombia a replantearse una nueva idea de política exterior de tal forma que pudiese atender a los desafíos que planteaban el nuevo orden mundial. Parte de esa inserción en el nuevo mundo internacional, ligaba a Colombia directamente con permitir las ¨ buenas intenciones¨ norteamericanas, así que el proceso inicia por las motivaciones del presidente Clinton, con la primera reunión en Houston donde se empezaba a pensar en una solución al conflicto interno colombiano, advirtiendo así, que éste significaba un riesgo para la estabilidad del hemisferio (Tickner, 2004).
La creciente preocupación por la situación interna de Colombia, el denominado Plan Colombia permitía notar por completo la interferencia de EU en Colombia y algunos llegaban a opinar que se estaban dando pasos para un segundo Vietnam, las implacables críticas y vigorosas defensas por el Plan estaban a la orden del día, si bien Colombia no había tenido mayor reconocimiento en Estados Unidos en décadas pasadas a la última del siglo XX, una ventana de protagonismo se visibilizaba cuando el conflicto interno y las administraciones domesticas demandaban la intervención de los organismos internacionales para darle fin a la situación local. La internacionalización del conflicto establece sus primeros eslabones a finales del siglo XX. (Estrada, 2001).
En efecto, la estrategia propuesta por Clinton –Plan Colombia- giró de manera radical, cuando George W Bush se convierte en el nuevo huésped de la Casa Blanca y le imprime un nuevo aire al Plan Colombia, convirtiéndolo en un proyecto de mayor proporción de asistencia militar con miras a la seguridad económica del libre comercio, esta nueva visión recreaba la dupla norteamericana de fuerzas militares-neoliberalismo (Rojas, 2007). En esta nueva política exterior, Colombia representaba un país prioritario para Estados Unidos, la administración Bush en sus primeros años de gobierno reorganizó el Plan Colombia y perseguía primordialmente la lucha antinarcóticos y el entrenamiento militar, estos objetivos coincidían ampliamente con las pretensiones del nuevo presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez para el 2002, quien estableció como intereses primordiales la internacionalización de la seguridad por medio del crecimiento en el inventario militar, y el fortalecimiento de la inversión extranjera, por medio de la recuperación del territorio nacional para cederlo a las empresas extranjeras (Suárez, 2010).
En consecuencia, las continuas reuniones de Uribe con su homólogo norteamericano rebelaban la aceptación y otorgamiento de espacios a la intervención de Estados Unidos en Colombia, cuyos ejes principales de las relaciones con Colombia continuaban relacionados con temas de lucha antinarcóticos y el control de la defensa por los derechos humanos, y, por último, y no menos importante, la esfera comercial (Tickner & Pardo, 2011).
Esta íntima relación resulta ser más que una coalición irrestricta, es una subordinación de Colombia frente Estados Unidos, lo que ratifica la relación de dependencia y las relaciones de dominación que aún persisten en el hemisferio. Aunque, existen diversas posturas que señalan que las relaciones de Colombia con EU son una fiel muestra de pragmatismo y subordinación, de esta forma del primero caben consideraciones acerca de ser una posición mediante la cual el o los protagonistas buscan que sus acciones o decisiones se lleven a la práctica con éxito, y la subordinación supone la obediencia y adopción de las decisiones tomadas por el protagonista: “…el pragmatismo implica autonomía y la subordinación dominio” (Garay J. L., 2009, pág. 73).
En términos materiales, la intervención se notó en dos momentos claves de la administración Uribe. La primera, tuvo relación con la idea de seguridad regional y lucha contra el narcotráfico, asuntos apoyados desde algunos países de la región y vistos como amenaza para Washington. De esta forma, Colombia obtuvo una nueva identidad internacional, al mismo tiempo, que creo la necesidad ficticia del uso del cooperación e intervención del Pentágono a fin de solucionar los problemas domésticos de los más ¨afligidos por la situación interna¨, eso permitió que Colombia incluyera en sus planes internos al Pentágono (Tickner & Pardo, 2003).
Es importante recordar que el segundo periodo del mandato de Uribe el itinerario de la Agenda estuvo fijado en ¨recuperar la confianza inversionista, seguridad y cohesión social¨ ( Ministerio de Relaciones Exteriores , 2010), En este sentido, la confianza inversionista tomaba forma con el TLC Colombia – EU, aunque éste ha sido visto como una diplomacia paralela con la Casa Blanca, puesto que sectores no oficiales, se han movilizado en diversas campañas con el fin de detener la firma y ratificación del tratado, considerando que no se estaba negociado de forma justa para las dos naciones y aludiendo que los únicos afectados de forma negativa serían los sectores productivos colombianos (Friedrich Ebert Stiftung en Colombia. , 2005).
Las resistencias de diferentes grupos sociales, quienes, desde inicios, han considerado que esta clase de acuerdos comerciales significan la prolongación del modelo neoliberal, han rechazado proyectos económicos de integración de Bogotá con Washington, puesto que las políticas de subvención de la Casa Blanca hacia sus agricultores estadounidenses reflejan las desventajas colombianas (Friedrich Ebert Stiftung en Colombia., 2005). En últimas, se trata no solo de transformar la política económica, sino el desarrollo político y social, con afectaciones serias a la protección social en asuntos como amenaza a la seguridad alimentaria (UN Periódico, 2012), también, la subsunción de la fuerza de trabajo del sector rural, lo cual implica un panorama de desarraigo, en torno a la relación de la vida social y la economía, puesto en evidencia, a partir de la migración masiva de las comunidades campesinas hacia las ciudades con pocas oportunidades y hasta la negación de derechos sociales mínimos (Polany, 2001) (Garay L. J., 2006)
1.1 Colombia el “tibet” suramericano
Los costos de la supuesta relación privilegiada de Colombia con EU han sido onerosos en materia de relaciones con el vecindario, pues implicó para la Casa de Nariño una forzosa subordinación y pérdida de autonomía en condiciones de total obediencia con alineamiento unilateral, tanto asi que, se ha generado securitización de las relaciones con la Casa Blanca (Tickner, 2004). Adicionalmente, a los onerosos costos en términos de política exterior, el estrechamiento Uribe – Bush en asuntos comerciales-militares, rebotaron de cara a la región en lo concerniente al dinamismo comercial exportador de Colombia, pues las fricciones bilaterales de la Casa de Nariño con El Palacio de Miraflores, y el Palacio de Carondelet por la negociación del TLC con el país del Norte, generó respuestas por parte de Venezuela, al denunciar acuerdos como la Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el Grupo de los 3 (G3), que desencadenó una disminución del 80% de la balanza exportadora de Colombia respecto a Caracas (Marquez, 2008).
En consecuencia, para Colombia con sus vecinos, las relaciones diplomáticas en cuestiones militares y comerciales con la potencia del Norte, resultaron en afectaciones negativas durante las dos últimas décadas por dos causas claras: el estrechamiento de los nexos de Bogotá con Washington y la afanosa carrera de Uribe por materializar la política bandera de su gobierno: ¨Seguridad Democrática¨, lo cual implicó que el gobierno aceptara la imposición de bases militares de EU, y a la vez, aumentara el pie de fuerza militar a municipios fronterizos. El ejecutivo orientó todos sus esfuerzos por comprometer a los gobiernos de los países limítrofes con su estrategia de seguridad (Ramirez, 2006). Este panorama ha impactado en la percepción de algunos gobernantes latinoamericanos que han cambiado la imagen de Colombia como un actor de convergencia regional (en los años 80) a percibirlo como uno de los ejes de disputa regional (años 90), y un Estado provocador de divergencias entre vecinos y un satélite de Washington en la región austral de América (en la presente década) (Ardila, Ramirez, & Cardona, 2005).
De esta manera se advierte que la política comercial de Washington es una extensión de su doctrina de seguridad y viceversa (Valdés-Ugalde & Duarte, 2013). Así entonces, que el Plan Colombia más que un acuerdo político y militar, es un compromiso económico; y. el TLC Colombia – EU contiene profundas implicaciones políticas y militares, además que las comerciales. En consecuencia, esta amalgama de capacidades materiales e inmateriales (Nye, 2010), puede ser entendida como binomio libertad económica- terrorismo (Kelin, 2009), o como militarización de la economía, o en últimas, a modo legitimador una estrategia geopolítica de ¨smart power ¨ (Nye, 2012).
2. Nuevos aires internacionales bajo la dependencia tradicional
Para la segunda década del siglo XXI el ambiente tanto internacional así como regional atravesaba por una etapa de profundos cambios estructúrales, tales como: la emergencia de las potencias regionales suramericanas, la proliferación de procesos de integración regional, el desplazamiento del poder internacional del Atlántico hacia el Pacífico (Serbin, 2014), el desembarco de China en América Latina (Niu, 2017) , el progreso de procesos económicos, políticos y sociales en el continente asiático, la repartición del poder, entre Occidente y Oriente, la sorprendente expansión económica de Asia (Leiteritz & Coral, 2017)
De manera adicional, los cambios locales no se hacían esperar, por una parte el ascenso a la presidencia de Juan Manuel Santos (2010), la recomposición diplomática con los principales vecinos de Colombia, la conformación de la CELAC como mecanismo concertación regional compuesto por las 33 naciones latinoamericanas (2011), la ratificación (2011) y posterior entrada en vigor del TLC Colombia – EU (2012), la constitución del acuerdo regional de Alianza del Pacífico (2011) y posterior formalización (2012) y entrada en vigor (2015), el inicio de la Mesa de Negociación de los acuerdos de Paz entre el gobierno y las FARC-EP (2012), el proceso de adhesión de Colombia a la OCDE (2013), constituyó un conjunto de elementos que dan muestra de la transformación de la política exterior colombiana a partir de la presidencia Santos (Pérez & Rojas, 2016).
2.1 Proximidad hacia el Pacífico, pero mirada hacia el Atlántico norte
El estilo de la política exterior de Santos tuvo un corte más pragmático, en referencia a la defensa de la inserción económica de Colombia en el mundo globalizado, retomando así uno de los ejes de la Misión de Política Exterior (Ministerio de Relaciones Exteriores, 2010) de su antecesor, lo que implica una continuidad en asuntos de libre comercio (Vera & Pastrana, 2012). Aunque, es claro anotar que la ruptura radical de Uribe a Santos está en relación con la recomposición de las relaciones regionales y de la participación de Colombia en los foros del nuevo multilateralismo regional y de los novedosos regímenes de integración regional, de hecho, desde la presidencia de López Michelsen no se notaba una proyección internacional con características de réspice similar: mirando a tus semejantes, en especial a México y Chile” (Drekonja, 2011).
En este sentido, el acercamiento de Colombia con Perú, Chile y México -países con legado de aquiescencia frente a EU- en el marco de Alianza del Pacífico (AP), ha contribuido a una diversificación oficial y protocolaria de socios comerciales y políticos de Colombia, puesto que el asociado comercial por excelencia de Bogotá continúa en cabeza de Washington, el cual capta el 45% de las exportaciones nacionales (Legiscomex, 2014). De manera adicional, en un primer momento, la Alianza del Pacífico fue vista como un regionalismo liberal y hegemónico, en virtud que perseguía la desregulación arancelaria y para-arancelaria para incentivar los libres flujos de bienes y servicios de productos financieros en el marco del MILA, en efecto, el compromiso bilateral de TLC con EU, de cada uno de sus miembros y la abierta política neoliberal lo catalogan como un regionalismo abierto que mira más hacia el Atlántico que hacia el Pacífico (Sanahuja, 2017).
Sin embargo, no se puede desconocer que AP como actor regional ha generado cohesión y acercamiento entre las dos américas (la central y la austral), aunque el mínimo de compromiso político, la precariedad de identidad institucional, el desequilibrio ideológico, pro-core y neoliberal, suman algunos de los retos para que este Nuevo Regionalismo (Hettne & Söderbaum, 2010), además AP puede servir a Colombia para la inserción como actor regional de proyección latinoamericana (Morales, 2017). Y aunque no menos importante, este régimen de integración regional no logra tener vida propia, puesto a su dependencia económica y comercial con Washington, que representa el socio comercial titular con un 63% del comercio internacional del acuerdo (Cancilleria de la Reública de Colombia, 2013).
En este orden de ideas, la existencia de AP, debe comprenderse también desde la óptica de la proliferación de regionalismos durante la última década den la región. Aunque, Mercosur sea un regionalismo incubado en el marco de la pos Guerra Fría e impregnado de un ambiente de liberalismo económico, el Mercosur después del ascenso de Lula da Silva (2003), puesto que la renovación de este mecanismo de integración tomó un rumbo de regionalismo profundo y productivo a partir de la conducción política de la integración con miras a consolidar desarrollo social y político endógeno para los pueblos del Cono Sur (Briceño, 2011) (Malamud, 2008).
De manera adicional, la consolidación del Mercosur y el liderazgo de Brasil al interior del mismo, le brindó el escenario a los Kariokas para la construcción de la región suramericana, como estrategia política de contención del Norte a partir de la institucionalización de la Unasur (Vaca, 2017), ésta que sostenido desde el principio un discurso simbólico de impugnación y contra hegemonía, en búsqueda de una identidad y autonomía como región (Cardona, 2010).
En consecuencia, el diálogo de los países suramericanos en un mismo regionalismo como la Unasur, implicaba varios efectos, entre esos, que la intervención de EU se enfrentaba con obstáculos serios, aunque la presencia de Bogotá y Lima en el mecanismo de integración generaban una suerte de control político o soft balancing frente al liderazgo de Brasilia. Así, de la misma forma Alianza del Pacífico representa un regionalismo contestatario al empoderamiento del Mercosur y de su capitán; Brasil (Ardila, 2014). En este sentido AP puede ser contemplada como una estrategia, de corte liberal, pro-core, con bajos niveles de autonomía frente al Centro, para romper la barrera ya impuesta por la marea rosada (Gardini G., 2012)
2.2 Acercamiento regional sin mayor espíritu de autonomía
Ahora desde otro horizonte, Colombia le apostaba a la CELAC, para conformar una de las mesas de concertación política latinoamericana más ambiciosa – en términos de miembros y de agenda política- en los últimos años. De manera adicional, hay que mencionar la distancia que se toma frente a EU y Canadá a partir de este mecanismo de discusión regional, y en este sentido la CELAC logra reunir a países con posturas ideológicas diametralmente opuestas, a fin elaborar un interés regional de desarrollo, democracia y autonomía, cuyos ejes pragmáticos representan el espacio de gravitación para sus 33 miembros (Cancilleria de la Reública de Colombia, 2013).
En referencia a Colombia, aunque su actividad ha sido poco enérgica al interior del Foro, no se puede desconocer el esfuerzo por la consolidación de una integración latinoamericana en materia de política exterior (Jaramillo, 2014), y es puntual que Bogotá ha contribuido en temas relacionados con seguridad , a la vez, que esta clase de foros permiten una cercanía diplomática con la región y la proyección internacional del país frente a sus semejantes, tanto así, que en el marco de CELAC se ha generado el espacio de acercamiento de la Casa de Nariño con el Palacio Nacional, además de toda la región centroamericana (Chabat, 2014).
En consecuencia, el rol de Colombia al interior de la CELAC en términos de seguridad resulta de elevada importancia, al igual que su acercamiento con México en esta dimensión del dialogo político (Zamora, 2014), pues no se puede olvidar que Colombia es un estado bisagra: que tiene un pie en el Sur y el otro en el Centro del hemisferio, y esta condición geográfica lo convierte en un paso obligado del recorrido en la ruta del crimen organizado transnacional, narcotráfico, tráfico ilícito de migrantes, trata de personas, comercialización de armas de corto alcance y buena parte de las amenazas que azotan a la región (OEA, 2015).
En concreto, la actividad de Colombia al interior de un mecanismo como la CELAC y AP, que no contienen a Washington, le permite un respiro a las relaciones diplomáticas de Bogotá, y a la reincorporación y profundización de lazos con socios hemisféricos, lo que finalmente refleja el estilo pragmático de la presidencia Santos, puesto que este acercamiento no significa un éxito de autonomía respecto a Washington, ni la disminución de dependencia, pues, el ejercicio político en el marco de la CELAC, no significa para Bogotá una sustitución de su socio principal, sino en cambio, figura, una focalización hacia las relaciones sur- sur, además de una apertura y renovación orientada a la diversificación de vínculos regionales (Rojas, 2014).
Conclusiones
Las estrategias políticas de EU por imprimir su hegemonía sobre América Latina no se han hecho esperar desde el siglo XIX, no obstante, en tanto varios vecinos de la Casa de Nariño guardaban el espíritu de autonomía esta ha mantenido una diplomacia complaciente con el país del Norte, toda vez que a partir de su política exterior ha ratificado la condición de dependencia periférica respecto al centro dominante. En este sentido, la intervención militar, política y económica, a través de diversos acuerdos bilaterales y multilaterales pactados se han convertido en un mecanismo efectivo para instaurar a modo de pivote la disciplina hegemónica en Colombia, quien durante el siglo XXI ha mantenido negociaciones y acuerdos tales como el Plan Colombia, el ALCA, el TLC y la opción de imposición de bases militares al interior del territorio nacional.
Para finalizar, cabe señalar que el deterioro progresivo de la hegemonía estadounidense está acompañado por elementos tales como: la metamorfosis que atraviesa el tablero internacional caracterizada por los discursos nacionalistas, proteccionistas y anti globalizadores por líderes como Donal Trump, sumado al reequilibrio de fuerzas, con una base en China e India, y otra en el resurgimiento –al estilo de un fénix– de Rusia, y tomando en cuenta los cambios regionales, del descenso de la marea rosa y el elevación de gobiernos nuevamente de corte neoliberal, acompañado del silencio complaciente latinoamericano hacia a Trump, y de la aceptación del Consenso de Beijing.
También, el espectro doméstico ha presentado variaciones respecto a los cambios moderados de estilo y perfil de la política exterior colombiana, pues han generado un panorama acido con múltiples desafíos para la emancipación y consolidación de proyectos progresistas tanto a nivel nacional como regional para lograr una independencia y desarrollo autónomo donde la periferia no deba depender de ningún centro. O acaso ¿el ascenso pacífico de los mandarines con su posterior desembarco en la región no dibuja un escenario de dependencia de la zona austral de América?, o, ¿Qué suerte tienen ahora la CELAC y la UNASUR como mecanismos de repliegue y contención frente a la dominación de Washington? ¿hemos sido creativos como región para pensar en otras categorías distintas a la democracia, capitalismo o Estado, para dirigir el rumbo de nuestros pueblos? En concreto, la condición de dependencia y subordinación es la suerte de una diversa aquiescencia (in) voluntaria con una fuerte base epistemológica cada vez mayormente reproducida.
Referencias